De esta historia, recogida por André Luiz entre la Tierra y el Cielo, se destacan los imperativos del respeto que nos incumbe consagrar al cuerpo físico y del culto incesante al servicio del bien, para retirar de la estancia terrenal las mejores ventajas para la vida imperecedera.
En este libro, no somos sorprendidos por situaciones espectaculares. Ni ángeles encarnando virtudes difícilmente accesibles. Ni ángeles inabordables.
En cada capitulo, nos encontramos a nosotros mismos, con nuestros viejos problemas de amor y de odio, simpatía y enemistad, a través del estancamiento mental
en ciertas fases del camino, en la penumbra de nuestros sueños imprecisos o en la sombra de las pasiones que, a veces, nos arrastran a profundos abismos.
En casi todas las páginas, tenemos la vida común de las almas que aspiran a la victoria sobre sí mismas, valiéndose de los tesoros del tiempo, para la adquisición de
luz renovadora.
Aquí, los cuadros fundamentales de la narrativa nos son íntimamente familiares…
El corazón afligido en oración.
La mente paralizada en la ilusión y en el dolor.
El hogar asolado por pruebas.
El sendero fustigado por luchas.
El desvarío de los celos.
El engaño de la posesión.
Embates del pensamiento.
Conflictos de la emoción.
Y sobre el contexto de los hechos puros y simples permanece como enseñanza central, la necesidad de valoración de los recursos que el mundo nos ofrece para la
reestructuración de nuestro destino.
En muchas ocasiones, somos inducidos a contemplar la amplitud celestial, incorporando energía para conquistar el futuro; sin embargo, muchas veces nos vemos limitados a observar el camino terrestre, con el fin de entender el pasado al que nuestro presente debe su origen.
En este libro, somos forzados a contemplamos por dentro, en el suelo de nuestras experiencias y de nuestras posibilidades, para que no nos falle el equilibrio en la jornada redentora, en el rumbo del porvenir.
De él surge la voz inarticulada del Plano Divino, exhortándonos sin palabras:
–¡La Ley está viva y la Justicia no falla! ¡Olvida el mal para siempre y siembra el bien cada día!… ¡Ayuda a los que te rodean, auxiliándote a ti mismo! ¡El tiempo no para, y, si ahora encuentras tu “ayer”, no olvides que tu “hoy” será la luz o las tinieblas de tu “mañana”!…
EMMANUEL
Pedro Leopoldo, 23 de Enero de 1954.