Leyendo este libro que relata algunas experiencias de mensajeros espirituales– ciertamente muchos lectores concluirán, con los viejos conceptos de la Filosofía, que “todo está en el cerebro del hombre”, en virtud de la relativa materialidad de los paisajes, observaciones, servicios y acontecimientos. Sin embargo, es forzoso reconocer que el cerebro es el aparato de la razón y que el hombre desencarnado, por la simple circunstancia de la muerte física, no penetró los dominios angélicos, permaneciendo ante su propia conciencia, luchando por iluminar el raciocinio y preparándose para la continuidad de su perfeccionamiento en otro campo vibratorio.
Nadie puede traicionar las leyes evolutivas. Si un chimpancé, colgado a un palacio, encontrase recursos para escribir a sus hermanos de fase evolutiva, casi no encontraría diferencias fundamentales, para relatarles los hechos, dado el sentido de sus semejantes. Daría noticias de
una vida animal perfeccionada y tal vez la única zona inaccesible a sus posibilidades de definición estuviese justamente en la aureola de la razón que envuelve al espíritu humano. En cuanto a las formas de vida, el cambio no sería profundamente sensible. Los pelos rústicos encuentran sucesión en los casimires y sedas modernas. La Naturaleza que rodea el nido agreste es la misma que suministra estabilidad a la morada del hombre. La caverna se habría transformado en la edificación de piedra. El prado verde se enlaza con el jardín civilizado. La continuación de la especie presenta fenómenos casi idénticos. La ley de la herencia continúa, con ligeras modificaciones. La nutrición muestra los mismos procesos. La unión de la familia consanguínea revela los mismos trazos fuertes. Por lo tanto, el chimpancé
solamente encontraría dificultades para enumerar los problemas del trabajo, de la responsabilidad, de la memoria ennoblecida, del sentimiento purificado, de la edificación espiritual, en fin, de todo lo relativo a la conquista de la razón.
En vista de eso, no se justifica la extrañeza de los que leen los mensajes del tenor de los que André Luiz dirige a los estudiosos consagrados a la construcción espiritual de sí mismos.
El hombre vulgar acostumbra a estimar las expectativas de manera ansiosa, a la espera de acontecimientos espectaculares, olvidando que la Naturaleza no se turba por satisfacer los puntos de vista de la criatura humana.
La muerte física no es un salto que desequilibra, simplemente es un paso en la evolución. Del mismo modo que el mono encuentra en el ambiente humano una vida animal ennoblecida, el hombre que, después de la muerte física, mereció el ingreso en los círculos elevados
de lo Invisible, encuentra una vida humana sublimada. Naturalmente, esperan allí a la criatura humana gran número de problemas referentes a la Espiritualidad Superior, desafiando su conocimiento para la sublime ascensión a los dominios iluminados de la vida. El progreso no sufre
estancamiento y el alma camina, incesantemente, atraída por la Luz Inmortal.
No obstante, lo que nos lleva a escribir este sencillo prefacio no es la conclusión filosófica, sino la necesidad de evidenciar la santa oportunidad de trabajo del amigo lector en los días que corren. Felices aquellos que busquen en la nueva revelación el lugar de servicio que les compete en la Tierra, de acuerdo con la Voluntad de Dios.
El Espiritismo Cristiano no ofrece al hombre, tan solo el campo de investigación y consulta, en el cual raros estudiosos consiguen caminar dignamente, sino que adicionalmente le revela el taller de la renovación, donde la conciencia de cada aprendiz debe buscar su justa integración con la vida más elevada, por el esfuerzo interior, por la disciplina de sí misma, por el auto perfeccionamiento.
Al trabajador de buena voluntad no le falta el concurso divino. Y quien observe el noble servicio de un Aniceto, reconocerá que no es fácil prestar asistencia espiritual a los hombres. Traer la colaboración fraterna de los planos superiores a los Espíritus encarnados no es una obra
mecánica, encuadrada en principios del menor esfuerzo. Por lo tanto, es obvio que, para recibirla, no podrá el hombre huir a los mismos imperativos. Es indispensable lavar el vaso del corazón para recibir el “agua viva”; abandonar envoltorios inferiores, para vestir los “trajes nupciales” de la luz eterna Entregamos, pues, al lector amigo, las nuevas páginas de André Luiz, satisfechos por cumplir un deber. Constituyen el relato incompleto de una semana de trabajo espiritual de los mensajeros del Bien, junto a los hombres, y, por encima
de todo, muestran la figura de un emisario consciente y benefactor generoso en Aniceto, destacando las necesidades de orden moral en el cuadro de servicio de los que se consagran a las actividades nobles de la fe. Si buscas, amigo, la luz espiritual; si la animalidad ya te cansó el corazón, recuerda que, en el Espiritualismo, la investigación conducirá siempre al Infinito, tanto en lo que se refiere al campo infinitesimal, como a la esfera de los astros distantes, y que sólo la transformación de ti mismo, a la luz de la Espiritualidad Superior, te facultará el acceso a las fuentes de la Vida Divina. Y, sobre todo, recuerda que los mensajes edificantes del Más Allá no se destinan tan sólo a la expresión emocional, sino, por encima de todo, a tu sentido de hijo de Dios, para que hagas el inventario de tus propias realizaciones y te integres, de hecho, a la responsabilidad de vivir ante el Señor.
Emmanuel