Amigo lector: he aquí dos breves historias tomadas de la vida real que sustentarán la corta reflexión que haremos al final de este artículo.
La señora Carmen había sido católica toda su vida, y necesitaba con urgencia apoyo moral. Pues había descubierto que su único y adorado hijo consumía cocaína. ¡En un instante, todos sus sueños se hicieron añicos! Decidió entonces visitar la Iglesia a la que asistía desde niña para pedir ayuda al sacerdote, pero éste se encontraba muy ocupado en la preparación de unos cursos de Teología, y le respondió con dureza e indiferencia temperada de ironía, diciéndole que aquél no era su problema, que buscara a un psiquiatra. La mujer, desesperada, optó por ir al Palacio Arzobispal, segura de que el Sr. Obispo sí la orientaría dándole algún consuelo. Pero en la antesala, su Secretario estaba ese día de malhumor y la despidió bruscamente con palabras fuertes, diciéndole que “esos problemas no eran competencia de aquel Alto Prelado”. La hermana, desesperanzada y llorando, regresaba a casa humillada y vencida cuando vio una Iglesia Evangélica y sin pensarlo dos veces entró en ella, donde fue recibida por el Pastor y su esposa, que al enterarse de su
problema, nosólo la atendieron sino que se trasladaron a su Hogar para hablar con el hijo. Con su gran dedicación, pases, oraciones, y por supuesto el apoyo del Mundo Espiritual, lograron que en seis meses, José dejara las drogas. Se me olvidaba contarles que Carmen es una de las tantas madres solteras. Han pasado dos años, José se casó con una joven que conoció en el Templo y tienen una parejita de niños sanos. Los cinco van ahora varias veces por semana al “Buen Pastor”, aquella Iglesia Evangélica, cuyo Obispo y su esposa tuvieron auténticas actitudes cristianas, “amando al prójimo como a sí mismos”, interesándose en ellos de por vida.
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Estamos en una pequeña ciudad del Interior de México, el salón del Centro Espírita está lleno de gente y afuera hay una cantidad aun mayor de hermanos que vinieron a escuchar la conferencia. En la puerta de entrada se encuentra de pie una mujer con su pequeña hija. Al darnos cuenta que la Sra. estaba un tanto nerviosa la buscamos ofreciéndole nuestra silla. Al finalizar la conferencia y el ciclo de preguntas y respuestas, comenzamos a conversar con aquella hermana que estaba evidentemente desequilibrada. Después de darle Tratamiento Espiritual nos enteramos que era madre de seis hijos pequeños, pero que, a pesar de que su matrimonio funcionaba bien, ella quería suicidarse. Sí, tenía desde hace algún tiempo la nefasta idea de “quitarse la vida”. Ante lo grave de la situación suplicamos la comparecencia urgente de la Directora y le dijimos:
–Hermana, esta mujer madre de seis hijos está pensando en suicidarse, por lo que requiere ayuda urgente.
La cofrade observó a aquella madre que ya conocía y dijo:
–Es que ella casi nunca viene al Centro Espírita.
–¡Señora, –le respondí– ella es madre de seis hijos pequeños y está profundamente obsesa! ¡SON USTEDES LOS QUE DEBEN IR A SU HOGAR Y AYUDARLA CON LOS NIÑOS Y CON LA OBSESIÓN!
El semblante de aquella hermana Directora reflejaba asombro e incredulidad. –¿Nosotros? –dijo.
–Sí, ustedes son los responsables de este Hogar y de esa Familia y, si cumplen con su deber, pronto van a tener aquí en su Centro la asistencia de seis niños y de este matrimonio y, si no lo hacen, habrán de sufrir las consecuencias.
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Bien, y ahora la corta reflexión: mientras el Movimiento Espírita no se involucre más con el dolor ajeno para atenuarlo, nuestro crecimiento será menguado y el de otros hermanos cristianos muy alto. El Templo Evangélico “Renacer” al que acude nuestra hija Ana Isabel reúne todas las semanas a más de dos mil personas y sostiene cinco casas: tres albergues para niños de la calle, una residencia para mujeres abandonadas, y otra para la recuperación de drogadictos.
Al entregarte el “Anuario Espírita 2008” –ni imaginas con cuánto sacrificio- queremos pasarte este recado que está mejor explicado en el relato, “Más que Estudiar, Hay que Vivir la Doctrina Espírita” que publicamos en esta edición.
Al despedirnos, te suplicamos que oremos juntos por un Mundo mejor, en el que la verdadera Fraternidad sea nuestra responsabilidad.
Caracas, 31 de diciembre de 2007.